La Asamblea de Madrid es la casa de la palabra, el lugar donde los diputados representan las afinidades, querencias y sensibilidades de todos y cada uno de los ciudadanos de la región, y donde el debate obra en favor del interés general.

En esta institución, el contraste razonado de pareceres no debe excluir el entendimiento como horizonte moral. Tal es la premisa con la que voy a desarrollar la que, a buen seguro, es la más alta responsabilidad que he tenido el honor de ejercer desde que mi vocación de servicio público cristalizó en compromiso político.

Entre los propósitos que guiarán mi Presidencia, figura de manera destacada que los madrileños ocupen el centro de la actividad legislativa, y favorecer así una deliberación de calidad, que esté a la altura de la confianza que los electores, con su histórica participación en las elecciones el 4 de mayo, han depositado en nosotros.

Estamos, en suma, ante una circunstancia óptima para perseverar en la apertura de este hemiciclo al conjunto de la ciudadanía, y contribuir, aún más, si cabe, a estrechar el vínculo entre ésta y quienes actuamos en su nombre.